Inadaptado (o libre)- Rob Cruzzó

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Dicen que siempre he envidiado a quienes son exitosos. Envidioso del que tiene dinero para vomitar en él, para matarse en él, para joder a los demás con él.

Deseoso de tener las mejores cifras, los mejores números, los más grandes percentiles.

Envidioso del que siempre tuvo las mejores calificaciones, de los reconocimientos otorgados por el  presidente en turno por ser el perro más obediente, el que sabe brincar más alto, el que muerde más duro o responde más rápido para asesinar al pitido de un silbato.

Renegado, obstinado, amargado, necio, resentido de quienes brillan por “sus méritos”, de los que son descubiertos como yacimientos de plata y penetrados, violados, ultrajados a cambio de monedas de cobre y promesas fugaces (“a todos les llega su momento” <de ser ordeñados por el granjero>).

Inadaptado por no entender la fórmula del éxito, por no seguir la receta de la felicidad, por acercarme a la pobreza económica al no ser doctor, abogado, ingeniero, actuario, narcotraficante, político.

Estúpido al preocuparme por “Los nadie”, esos quienes no escupen por la boca billetes sino súplicas de humanidad, de piedad, de amor.

Anticuado por creer en la falsa revolución, en sus poetas y artistas, en los que hacen letras, música no pensada para sintetizadores y voces falsas.

Un raro por pensar diferente, por creer en otras cosas, en otros dioses, en otras musas, en otras realidades donde la gente se salude por las mañanas y no se arrebate el pan en los centros comerciales por ser la última hogaza.

Envidioso soy también de los que pasan rápido sin mirar la cara de los vagabundos, de los payasos de cruceros, vendedores de palanquetas, franeleros, enfermos pidiendo caridad; envidioso por no poder ser indiferente como los demás, por no poderles ver en el rostro la miseria sin sentir culpa, pena, ansiedad, desesperación, ira, al saber que en parte todos los hemos echado al lugar del que sólo saldrán muriendo.

Terco por no bajar la voz, por cuestionar y criticar aquello que aparenta normalidad, por creer que este libreto de farsa cómica debe tener otro final en donde la sangre derramada no sea la única opción para los niños ni para el ejército cuya única labor en adelante será la de plantar árboles y cosechar los frutos que se encuentren demasiado alto.

Anormal al pensar que los dígitos son la manera más fría de retratar la realidad, estúpido por pedir no ser tratado como uno, imbécil por negarme a ser reducido a una cuenta bancaria, a un coeficiente intelectual, a un porcentaje de eficacia, a un expediente médico o de defunción.

De los que no se persignan al pasar frente las catedrales con la mano derecha sin saber por qué lo hacen; amante de lo olvidado, de lo viejo, de lo ya cantado, nostálgico de los mejores tiempos, de lo atemporal.

Quizá sea cierto, o puede ser, tal vez, que en este mundo de pares y nones, de ceros y unos, aún hayan historias sueltas como mariposas y con ellas –pegadas a ellas- vuele mi alma libre, sin poder ser capturada –para exhibirla con el título de Prohibido soñar–  todavía.

Un comentario »

  1. ¿Somos tan raros? Raros por pensar diferente, por creer en otras cosas, en otros dioses, en otras musas, en otras realidades donde la gente se salude por las mañanas… Me alegro que hay gente tan raro como tu en el mundo 🙂

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