Hay lugares que existen. Eso nos han dicho. Existe México, por ejemplo; existe Tultepec con sus fiestas patronales y su «quema de toros». Existe el D.F y existe Gambia (aunque no sepa<mos> dónde está).
Existe, por ende, lo trazado. Tradiciones que acompañan al hombre de siglos atrás, nos «han hecho saber» que está «lo establecido» y «eso» debe seguirse cabalmente para que el engranaje siga proporcionándonos la hora exacta.
Existen, pues, los relojes, las agendas, los calendarios, las calles empedradas, las brújulas, los instructivos y los mapas.
-Siga usted estos sencillos pasos y sus sueños (llegar de un paso A a un destino B) se harán realidad- exclama una o muchas voces en los infomerciales de la vida.
Existen las leyes, y el ejército que las hace cumplir, la primavera, los días de paga, la estrategia nacional de desarrollo, la píramide tarifaria del transporte público, las faldas, las corbatas, las iglesias para viejos y para los solitarios, la navidad, el mes patrio; la muerte.
Existimos todos; parados sobre un tablero, sobre las tablas escenificando un personaje dado, una personalidad <adquirida>, un destino otorgado por un oráculo que no tuvo la decencia de consultar nuestra voluntad (¿nuestra voluntad?).
Sí, parece que vivimos bajo un mapa y sólo es misión nuestra el andar aferrados a la línea que alguien más dibujó «amablemente» para nosotros.
¿Estamos confinados a nacer, crecer, reproducirnos y perecer? ¿Existe la opción de tirar las fronteras, las capitales, las bodas, la escala social, el «chayotismo editorial», los intereses bancarios (todos ellos partes del mapa)? ¿Se podrá reinventar el mapa, o borrarlo, o des-definirlo (o o quizá re-definirlo)?
En estas épocas de crisis, de prisas, de días rotos y sueños difusos (y casi extintos) nos hemos visto confinados, casi oblgados a no recordar, a marchitar de la memoria histórica el término utopía (lugar que no existe) y sus «conjugaciones».
¿Qué sería de la vida sin Julio Verne y Nemo, el capitán? Sin Da Vinci, Einstein; sin aquel que acuñó el término «robótica», sin otros tantos que abandonaron el molde y se atrevieron a lanzarse en sus barcas a lugares imaginados, nada más.
¿No será que Shakespeare tenía razón al decir que los hombres y los sueños están hechos de lo mismo?
¿No será que hemos dejado de imaginar para concentrarnos en ver quién sigue mejor la ruta? ¿No es posible que la curiosidad haya sido sustituida por la superfluidad?
Quizá no sea tan tarde para andar al pie de la letra por el mapa, tal vez no todo esté perdido (y encontrado en dicho instructivo simbólico) y podamos ir haciendo camino al andar, con su respectiva incertidumbre, porque (y sin afán de ponerme existencialista) ¿qué sería de la vida (¿Qué es la vida?) sin algo que creemos imposible («Porque de lo posible se sabe demasiado»1)?
Busquemos ser utópicos y despegarnos un poco de ese instrumento que nos hace ir sólo de un punto al otro, porque, ya lo parafraseó bien Eduardo Galeano: La utopía sirve para eso, para caminar.
Notas:
1. «Resumen de noticias». Silvio Rodríguez Domínguez.